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Los buscadores de reliquias

El abad Menendo de Arcos bajó al secadero donde un grupo de hermanos de la congregación habían desenterrado el feretro de San Gusdesteo de Clavijo, quien había fallecido dos años antes para congoja de toda la comunidad franciscana aquejado de un cólico miserere.

Reilicario de San Gusdesteo

Fray Aznaro, se secaba el sudor con el hábito sin darse cuenta de que estaba todo manchado de barro, el hermano Lorenço descansaba reclinado sobre la pared y  los hermanos Gomes y Mauro retiraban los clavos del sencillo ataud del santo. Al hacer acto de aparición en la oscura sala anexa al cementerio, los cuatro monjes se sobresaltaron, pues el abad -siempre silencioso-, surgió de la nada y sin palmatoria en la estancia.

-¿Está todo listo? -pregunto el abate.

-Si, mi señor Abad.  Si lo deseaís podemos retirar ya la tapa del ataud…

-Hacedlo y que Dios nos bendiga con su Providencia.

La frágil madera crujió cuando el hermano Gomes la levantó con fuerza dejandola caer sobre el suelo. Aznaro y Mauro acercaban a la caja dos cirios para alumbrar el interior con cuidado, y el abad, con los ojos cerrados, esperaba un veredicto.

-Creo que … si, queda un buen paño del hábito, mi señor Abad y quizá algo del brazo.

-Dios sea loado. Preparadlo todo como hemos acordado, el hermano Marcos ha tallado una hornacina de marfil y piedras preciosas, está en la sacristía de la Iglesia, hay que limpiar bien el hábito y el brazo…. proceded, hermanos. Vuelvo al Aula Capitular a escribir al Santo Padre.

Según se acordó en el último concilio celebrado bajo el largo pontificado de Su Santidad Adulfo III, celebrado en  Bretaña, toda reliquia que los monasterios quisieran exponer, debería contar con la expresa autorización papal -quien además podía denegar dicha exposición-. El buen abad Menendo conocía perfectamente la Norma y por tanto, escribiría al Vaticano de donde recibiría el permiso para mostrar la reliquia en el tesoro de su Iglesia. Por supuesto, el buen abad no desconocía tampoco que, los permisos y licencias vaticanas conllevaban un coste económico que bien merecía la pena pagar por engalanar y engrandecer el monasterio con las reliquias de San Gudesteo.

Nota Histórica: el IV Concilio Lateranense (1215) condenó los abusos relacionados con las falsas reliquias y estipuló que solo aquellas que contasen con la aprobación del Romano Pontifice podrían ser veneradas publicamente.

 

Original Publicado por La Ponderosa

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